Suele suceder que tendemos a no incorporar demasiado líquido para no ir mucho al baño, no levantarnos tanto de noche o evitar la transpiración. Pero eso es un error.
En realidad, deberíamos tener una ingesta de 2 o 2,5 litros de agua por día para que no exista un desbalance electrolítico (debe evaluarse si se toman diuréticos), es decir, que el cuerpo tiene que estar en perfecto equilibrio con el agua que se consume y que está dentro de él.
Si no bebiéramos la cantidad de agua necesaria, podría concentrarse nuestra orina y eso podría generarnos infecciones urinarias que luego nos llevarían a un deterioro de nuestro estado de salud y de nuestra calidad de vida.
Incluso, haríamos que nuestros riñones no trabajen como corresponde y eso también conllevaría a un aumento de la urea y la creatinina, que haría que se deteriore la funcionalidad del riñón, con el riesgo de llegar a la necesidad de realizar diálisis.
También es riesgoso para el intestino, porque si se bebe poco líquido, la materia fecal se concentra y solidifica, y eso hace que se sufran constipaciones.
Por otra parte, sin la debida ingesta de líquido, la piel también se seca y eso puede generar una mayor probabilidad de sufrir lastimaduras, con riesgo de que pueda dar lugar al ingreso de algún tipo de germen.
Entonces, ¿cómo se evita todo esto? Incrementando el consumo de agua, el único líquido relativamente inocuo, a la cantidad recomendada, que es 2 o 2,5 litros diarios.